Un cachito de mi nueva novela

Desde pequeño, siempre me ha costado exteriorizar mis sentimientos. Que cosa más tonta, te dirás, pero para mí siempre ha sido un gran problema. Incluso ahora, viendo la hoja de texto abierto y el cursor parpadeando sin cesar, me pregunto si estoy haciendo lo correcto al escribir esto, por que no se si estoy preparado para que tu, Mama, me conozcas. Tengo miedo de lo que puedas pensar de mí. Me da miedo que me juzgues, porque si algo he aprendido contigo durante estos años, es que no se debe juzgar a las personas, y que hay que ponerse siempre en la piel de los demás. Me da miedo, Mama, que intentes ponerte en mi lugar, por que eso significaría que entiendes lo que he hecho, y que me quieres a pesar de ello. Miedo por que, no te puedo pedir esas cosas cuando yo mismo no me quiero, cuando yo mismo no entiendo por que he hecho lo que he hecho y cuando me doy asco por ser como soy, pero también, en lo más profundo de mi ser, necesito desahogarme. Necesito decirte estas cosas. Necesito que me conozcas, que me quieras, por que si bien no se lo que es quererse a uno mismo, si se lo que es saber que te quieran. Y tú me lo has demostrado.
Me vienen muchos momentos a la cabeza... ¿Te acuerdas cuando iba al colegio con Miguel, el chico moreno, alto y desgarbado (todo lo alto que se pueda ser con siete años) a jugar al parque? Me encantaban esos momentos. Jugaba con el al fútbol, que es a lo que se jugaba, pasándonos horas y horas corriendo detrás del balón. A Miguel y a mi nos encantaba después de cada partido de fútbol acercarnos al Quiosco de Manuel, el Algodonero, a comprarnos chucherias. A Manuel el Algodonero lo llamábamos así por que había trabajado de feriante vendiendo algodón de azúcar, y luego, con sus ahorrillos, se habían comprado un local y había echo un pequeño quiosco. Le encantaba regalarnos golosinas. Mis favoritas eran las nubes de azúcar. Miguel siempre se compraba Coca-Colas, que le encantaban, si bien vosotras preferíais que no las comiéramos por las caries, o por que luego no cenábamos, o vete tú a saber lo que siempre decís las madres. A Miguel y a mi nos importaba bastante poco. Nunca te llegaste a enterar, pero a escondidas te robaba monedas de veinticinco pesetas (las del agujerito) para irnos a ver a Manuel. Nunca te enteraste, o si te enterabas hacías la vista gorda como si no supieses nada. Pero esto era los fines de semana, cuando no teníamos que ir al colegio. Miguel y yo fuimos a la misma clase, y nos gustaban las mismas cosas. Meternos con las niñas, que era nuestro pasatiempo favorito, jugar al fútbol y coleccionar cromos (¿a que no adivinas de que?), que tu, cada vez que volvíamos a casa, me comprabas para que yo no te diera mas la tabarra o por que te gustaba ver la cara que ponía cada vez que me tocaba un cromo que no tenia repetido. Pero no todo era felicidad. No. Te ponías echa una fiera cada vez que volvía a casa con el pantalón manchado de hollín, por que decías que eso no se iba ni frotando. Yo agachaba la cabeza y tu entonces, que considerabas que la reprimenda ya había sido suficiente, me acercabas la mano a la barbilla y me besabas en la coronilla. Te tengo que confesar un secreto: fingía que lloraba. Cuando agachaba la cabeza comenzaba a respirar agitadamente y a lanzar hipidos, y tu, arrepentida, me metías entre tus brazos y me achuchabas hasta que se me pasaba el disgusto. Pero yo, que era muy "espabilao" para mi edad (al menos eso siempre me decía la tía Nieves, aunque ahora de mayor no se si era por la copita de Jerez que se tomaba o por que realmente pensaba que era así) sabia que ese era tu punto débil. La tía Nieves decía que te tenia enchochada (no sabia entonces que significaba) y que hacia contigo lo que quería, aunque luego, cuando ella me compraba juguetes o me llevaba al cine a ver mi película favorita, le decías que no sabia a quien de las dos tenia mas dominada. Me encantaba ir con la tía Nieves, por que siempre me llevaba a mis sitios preferidos. Si me apetecía ir a jugar al fútbol, ella siempre nos llevaba a Miguel y a mi al parque, por que no se podía esperar que me llevara a mi y no a Miguel, por que éramos uña y carne, o un pack del Alcampo de 2x1, como solía decir Nieves. Además parecíamos hermanos. Nos paraba por la calle la gente conocida para preguntarle si nosotros éramos sus hijos. Ella contestaba que no, que éramos sus sobrinos. Bueno, decía a continuación, este es mi sobrino Jaime, y este es su amigo Miguel. La verdad es que era normal que la gente nos parara por la calle, por que vestíamos igual. Llevábamos la indumentaria de nuestro equipo favorito, con las camisetas de nuestros jugadores favoritos bordados y unas zapatillas de fútbol de los colores más chillones posibles.
Me acuerdo también de la primera excursión con el colegio, cuando teníamos diez años. Fuimos a pasar una semana a una granja-escuela. Cuando la profesora nos dijo que nos íbamos de excursión, Miguel y yo no cabíamos en nosotros mismos de la felicidad. Nos juntábamos en los recreos con Maite, Luis, Adrián, Sofía y Laura para imaginarnos como seria el campamento, y Adrián y Luis se unían a nosotros para decirles a las chicas que ojala que hubiera leones, y que nosotros, que éramos los sucesores de los Power Rangers, no tendríamos ningún miedo, y nos imaginábamos con nuestros trajes de colores y nuestras pistolas de rayos láser luchando de tu a tu con leones, tigres , panteras o lo que se nos pusiera por delante, que para eso éramos los sucesores de los Power Rangers. Intentábamos impresionar a las chicas luchando contra las otras pandillas de Power Rangers del colegio, tendiéndoles emboscadas o bien cogiendo palos que simulábamos eran las espadas , si bien nuestro objetivo de conquistar o provocar admiración por parte de las chicas casi siempre era infructuoso. Ellas, imperturbables, jugaban a la goma o leían en un rincón del patio la SuperPop, y nosotros, henchidos de orgullo por cautivar a las chicas, solo les lográbamos sacar de su ensimismamiento provocando alguna mirada despectiva por encima de la revista o algún que otro sonoro -¡Buff! - ¡Que pesados!- y nosotros, abatidos, nos reuníamos para poder llevar a cabo algún otro plan.
Como te decía, recuerdo perfectamente la excursión. Me acuerdo como el día antes de irme, cuando ya me habías echo los bocadillos de tortilla de patata de rigor, me habías preparado el equipaje y me habías guardado la cámara de fotos en la mochila con sus tres carretes (me decías que era para que no se me escapara nada) venias hasta mi cama, me tapabas y aunque lo intentaras disimular, se te escapaba una lagrimilla. Más de una vez me di cuenta, en excursiones sucesivas, y cuando te preguntaba por este asunto, tu, diplomática, comentabas que se te había metido algo en el ojo. Pero yo, que era muy "espabilao" (ya sabes quien me lo decía mucho) me daba cuenta, y no podía dejar de llorar acordándome de ti, de lo que te iba a echar de menos, y de lo mucho que me gustaría que te pudieses venir conmigo. En realidad la aventura de estar con mis amigos una semana entera me encantaba, pero por otro lado el no tenerte cerca de mi suponía la mayor tragedia del mundo. Lloraba desconsoladamente en la cama, con la cabeza hundida entre la almohada, para que no te enteraras, por que un Power Ranger tenia que conservar siempre la compostura, y además, los enemigos no te tomarían muy en serio si llorabas por que te ibas a separar una semana de tu madre. Después de que se me pasaba el llanto, un nudo en el estomago me impedía conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama sin saber que postura poner. Entonces, aburrido de dar vueltas en la cama, me acercaba a tu puerta y la abría sigilosamente. Me quitaba las zapatillas despacio, sin hacer ruido, y me colaba en la cama a tu lado. Te despertabas sobresaltada, pero me dedicabas la mejor de tus sonrisas, y me abrazabas, y entonces, solo entonces, podía conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, temprano, nos dirigimos hacia el autobús que nos llevaría a la granja escuela. Después de cargar todo en el coche, y revisar que no se nos hubiera olvidado nada, salíamos nerviosos hacia el colegio. Al llegar, el espíritu del Power Ranger que llevaba dentro salía a la luz, y no mostraba ningún signo de debilidad o de tristeza, sino de alegría, y apenas te hacia caso cuando tu intentabas abrazarme o darme un beso. Subía rápidamente al autobús con mis compañeros de fatigas y nos sentábamos en los asientos traseros, ya que los profesores siempre se sentaban delante, y nosotros, rebeldes en nuestro interior, podíamos armar mas jaleo, con la ventaja de que desde la parte de atrás era más difícil que te identificaran y que te echaran un rapapolvo. Viajábamos cantando a voz en grito canciones de nuestras series favoritas, que la mayoría del autobús coreaba con nosotros, mientras los profesores y profesoras nos pedían que bajáramos la voz por que el señor conductor se iba a enfadar y a echarnos del autobús. Nosotros, ante estos comentarios y fijándonos a través del espejo retrovisor interior del bus, nos callábamos inmediatamente al ver la mirada severa (ahora creo que era una mueca al no poder aguantar la risa) del conductor a través del espejo. Después de unas horas de viaje, que se nos pasaban volando, llegamos a la granja, y una chica muy amable nos atendió al llegar. Después de enseñarnos las instalaciones, nos llevo por un sendero que conducía a unas cabañas. Allí estaban nuestras habitaciones. Miguel, Adrián, Luis y yo corrimos rápidamente a la que nos pareció que era la mejor. Entramos rápidamente, y yo escogí la litera de arriba, ya que nunca había dormido en ninguna, por que tu me decías que era muy pequeño para dormir en una litera y que considerabas peligroso que durmiera en la parte de arriba, por que, y siempre según tu, podía caerme y darme un golpe en la cabeza. Estos comentarios que tu hacías no solo con la litera, sino también cada vez que iba a jugar al parque ,o cuando hacia algo que tu considerabas como inseguro, solo hacia despertar en mi un deseo irrefrenable de hacer lo que me habías desaconsejado que hiciera. Decir también que siempre, cuando me llevaba el golpe que tu me habías dicho que me iba a dar, llegue a considerar seriamente que tu eras bruja, o que tenias un poder sobrenatural sobre los objetos para hacer que estos te hicieran caso y me dieran los golpes que tu habías dicho que me darían.
Después de deshacer nuestro equipaje y hacer las camas (cosa a la que tu me acostumbraste desde muy pequeño) nos dirigimos el grupo entero (Maite Luis, Adrián, Miguel y el que esto escribe) a corretear por los alrededores explorando el terreno de nuestras próximas aventuras. Aquello era maravilloso. Tenia unas cabañas en redondel, todas alrededor de una especie de plaza, en donde había una terraza en forma circular, en donde había unos bancos donde poderte resguardar del calor que hacia allí. A unos metros de la última cabaña se encontraba una piscina, enorme, donde otros niños estaban bañándose. A nosotros nos entro una envidia tremenda, y corrimos a preguntarle a la profesora Marta si podíamos ponernos los bañadores y pegarnos un chapuzón. Ella negó categóricamente y nosotros, decepcionados volvimos sobre nuestros pasos en dirección a nuestra cabaña. Nos encerramos allí poniendo verde a la profesora, hablando en bajito para que nadie nos oyera, no fuera a ser que la susodicha se acercara por allí, por que criticar a una profesora era el mayor de los ultrajes, pero si por casualidad llegaba a escucharte, la vergüenza y el escarnio personal que sufriríamos, no podíamos compararlo con nada.
Cuando ya hubimos terminado con la profesora y con su aspecto personal, nos llamaron para que fuéramos preparándonos para la cena. Nosotros, teníamos hambre, ya que quieras que no el pasarte cerca de hora y media criticando a una profesora y a su aspecto personal pues daban unas ganas tremendas de comer. Cenamos tranquilamente en un edificio que había allí cerca de las cabañas, a unos metros, en donde pudimos comer de todo, pues era un Restaurante dentro de aquel complejo, al estilo buffet. Encima de las bandejas que había sobre las encimeras de Granito, estaban las tortillas de patatas más grandes que jamás había visto. Pero no solo había tortillas de patatas. Había también salchichas rellenas de queso, patatas fritas, salchichas, bacon, huevos fritos, ensaladilla rusa, hamburguesas…Había tanto donde escoger que no sabia por donde empezar…Pero lo mejor eran los postres, y en especial uno que yo había localizado nada mas abrir la puerta del local: Tarta Helada. Era mi postre favorito, y ya sea por que tu creías que mis dientes no aguantarian, o que mi estomago acabaría sin jugos gástricos, en casa no la comíamos mucho.